miércoles, 20 de marzo de 2013

Sonaban los despertadores, cada uno a la hora más correspondiente en cada habitación. Bostezos, duchas y pisadas bajando la retorcida escalera que lleva al hall. Un típico desayuno continental nos aguardaba en el comedor, siempre preparado a tiempo, aunque la calidad podría mejorarse. Era el día, se hacía esperar el monumento más famoso de todo el país; hoy íbamos a visitar la Torre Eiffel. Cogemos el metro en Grands Boulevards, gracias a Dios y, diez paradas más tarde... ¡Ya llegamos! Bajo un grito de uno de los profesores, cerramos los ojos y nos dejamos guiar para atravesar una esquina y ahí está: más grande e impresionante que en cualquier foto o artículo que hubiésemos leído o visto. Junto a una valla y un muro comenzamos la primera sesión de fotos del día. Por la zona aprovechan a vendernos llaveros del monumento, una cantidad a un precio muy muy asequible. Y entonces comenzamos el descenso. Atravesamos los jardines y la fuente, y la torre crece y crece. Al llegar al paso de cebra que nos separaba de nuestro destino, comienza a llover. Nada raro, puesto que no ha habido día en el que no haya llovido. Llegamos y ya no podemos siquiera ver la punta de la torre. Una cola no muy larga nos indica que podremos subir en ascensor. Un alivio, desde luego. Y subimos. Y para a la mitad. Y segunda sesión de fotos, cerca y lejos del borde, de la vista de todo París. De nuevo al ascensor. Arriba del todo, los oídos taponados, ya no había tanto espacio para hacerse fotos lejos y en todas se aprecia el París nublado del día de hoy. El descenso muy dispar. Unos primero y otros después, pero pocos querían irse. Pero nos fuimos. Camino al Sena, pensando todos en sentarnos en uno de los barcos que íbamos a tomar para descansar los pies, ya resentidos de ayer. No tardamos mucho en llegar, cruzando el Campo de Marte, y tomamos el barco. Por el río cruzamos parte de la ciudad, observando a babor y estribor cada uno de los monumentos que conocíamos y los que no. Al terminar, ya hambrientos, buscamos desesperados un lugar donde saciar el hambre. Cruzando los Campos Eliseos llegamos a Opera, donde el grupo se dividió en dos para almorzar. Tras juntarnos todos de nuevo, a una hora determinada, nos encaminamos, callejeando, hacia el Palais Royal, Saint Eustache, Pompidou y nos adentramos en Le Marais, antiguo barrio judío, aunque los judios del barrio no eran tan antiguos. Una vez fuera del barrio judío, nos dirigimos hacia la Place des Vosges, un parque no muy grande, pero sí muytranquilo, donde, intentando hacer una de las muchas fotos de grupo, nos echaron. Pero la hicimos, cómo no. Rodeando el parque había una serie de edificios que fuimos atravesando, hasta dar con nada menos que la casa donde nació Victor Hugo. No nos detuvimos demasiado, emprendimos de nuevo nuestro tour turístico hacía la plaza de la Bastilla. Donde nos encontramos con unas inexistentes marcas de la cárcel famosa, sino una ópera donde se daban todos los clásicos. Ya no podíamos más, la vuelta por la plaza de la repíblica parecía casi interminable, solo distraidos por canciones clásicas que ahora todos intentamos olvidar. Y entonces nuestro barrio, como le llamamos. Casi nos arrastrábmos, pero ya habíamos llegado. Nos dividimos para comprar la cena y nos perdimos entre los callejones de la calle. Solo quedaban los restos del duro día. Sheyla López

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